Has leído el título con una entonación concreta y te ha llevado a un momento en concreto con tus hijas y/o hijos, ¿verdad?
No te sientas mal si es así, nos pasa a muchas personas, a más de las que lo reconocemos.
Somos muchas las que queremos educar a nuestras hijas e hijos de una manera diferente a como lo hizo nuestra familia con nosotras. Eso no significa despreciar los que nuestros padres hicieron, si no entender que la sociedad ha cambiado y que creemos que otro modelo educativo es posible y más beneficioso para ellos.
El problema viene cuando queremos hacer estos cambios y pasamos al extremo opuesto: de la firmeza excesiva a la permisividad absoluta; a lo dice el refrán: todos los extremos son malos, sé que es muy fácil decirlo y no tanto ponerlo en práctica. La Disciplina Positiva nos enseña este punto intermedio: amabilidad y firmeza, pero de esto ya hablaremos en otro momento.
¿Cuantas veces, estemos en el extremo que sea, hemos llegado al punto de decir la frase del título? Sin duda, unas cuantas. Y esto solo nos viene a recordar algo más importante que cualquier teoría educativa, del sueño, de la alimentación o de cualquier ámbito relacionado en la crianza, y no deja de ser otro que el ejemplo educa. Nos puede parecer una tontería, pero les decimos a nuestra prole que deje de gritar, gritándoles.
La intención de este texto no es hacer sentir culpable a nadie, ni mucho menos, solo que empezamos a ser conscientes de que el cambio, debe empezar por nosotras y nosotros, que el «tú haz lo que diga y no lo que haga», no funciona.